Ayer fue un
día triste. Ayer nuestra sociedad fue testigo de un hecho que conmociona. Un
niño de tan sólo 12 años de edad saca un arma de fuego en el salón de clases,
dispara a su maestra y compañeros, posteriormente lo hace contra sí mismo y
termina perdiendo la vida. El video es filtrado y difundido en redes sociales.
Después, circulan imágenes de un grupo con tintes sectarios que promueven este
tipo de acciones, que se adjudican el hecho y que lo celebran.
Duele, lo
que sucedió ayer, duele y mucho. Lo que pasó nos da un termómetro del clima que
vivimos, de la sociedad que construimos (o que destruimos) día a día, de
nuestra realidad como comunidad. ¿Qué tuvo qué pasar para que el infante tomara
esta decisión? ¿Quién le proveyó del arma? ¿Qué pasaba por la mente de quién
filtró el video? ¿Quiénes pueden celebrar o burlarse de lo sucedido?
El hecho no
es buscar culpables, sino darnos cuenta que nuestra sociedad tristemente se está
convirtiendo tierra fértil de este tipo de situaciones que permitimos y que nos
afectan todos los días.
¿En qué
sociedad vivimos para permitir que un gobierno de agua destilada en las quimioterapias
de menores? ¿En qué sociedad vivimos para permitir que tengamos la segunda
ciudad del mundo con mayor tráfico de personas? ¿En qué sociedad vivimos para
permitir que muchos jóvenes sólo aspiren a ser sicarios por falta de
oportunidades?
En qué
sociedad vivimos que este tipo de acciones nos indignen hoy y las olvidemos
mañana. El Papa Francisco le llama a este fenómeno la cultura del descarte, que
ha ido conquistando nuestra comunidad y lo peor de todo, estamos dejando que
conquiste nuestros corazones.
Que nadie
pase por una indignación efímera sin antes hacer un examen de conciencia.
Porque todos, empezando por el que escribe, hemos disparado a nuestros hermanos
con actos egoístas, hemos exhibido a nuestros compañeros con comentarios
imprudentes, hemos consentido el dolor del que sufre al pensar sólo en nosotros
mismos. Pidamos perdón por ello, levantemos la cara y hagamos el bien que nos
toca.
Exijamos paz pero construyámosla primero. Creyentes o no,
todos estamos llamados a la trascendencia, pero nos hemos aferrado a lo
efímero, a lo material, a lo superfluo. Bien lo dijo Ignacio Larrañaga: “Una
sociedad sin Dios se acaba convirtiendo en una sociedad contra el hombre”
Elevemos nuestras oraciones por el corazón de quiénes
alejados de Dios han sido instrumento de estos actos, por las almas que quiénes
ya no están con nosotros y por las personas que han sufrido estas pérdidas.
Juan Antonio López
Baljarg
@Juanlbaljarg
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