Soy de Oaxaca, crecí en este estado y crecí escuchando dos tipos de
discursos. El primero era un discurso de frustración, caracterizado por frases
como “Oaxaca, siempre peleándose con
Chiapas los últimos lugares de nuestro país…”. El segundo discurso, también
de frustración pero con algo de esperanza tenía frases como “con todas las riquezas naturales que
tenemos y aún así, estamos como estamos”.
Es curioso que el mismo discurso se repetía, cuando se hablaba de México.
Por un lado comprendo, tristemente, que mi estado y mi país reflejan números
poco alentadores en diferentes indicadores de bienestar social. Pero por otro,
nunca terminé de comprar la idea de que los recursos naturales fueran la clave
del éxito, porque curiosamente muchos de los estados de nuestro país y muchos
países del mundo tienen bastos recursos económicos y eso no es directamente
proporcional a su bienestar social y económico.
Leyendo alguna ocasión a Andrés Oppenheimer, encontré el siguiente dato:
“De
cada dólar que los consumidores norteamericanos pagan por una tasa de café en
una tienda de Starbucks en Estados Unidos, apenas el 3 % va a parar al
cultivador de café colombiano, brasileño, costarricense, o de cualquier otro
país productor. El 97 por ciento restante va al bolsillo de quienes hicieron la
ingeniería genética del café, el procesamiento, branding, mercadeo, publicidad
y otras tareas de la economía del conocimiento.”
La clave del desarrollo económico y social en nuestra época no son los
recursos naturales. Se ha generado un gran margen de diferencia entre los
países que siguen apostando a la producción de materias primas y los que se han
especializado en la industrialización, en la tecnología y en el capital humano
altamente calificado. Las naciones (y los pocos estados en nuestro país) que han
leído esta situación han cambiado su hoja de ruta.
Pero, ¿cuál es el caso de México?
Hemos optado (quizá sin darnos cuenta) por ser de los países productores
de materias primas, dejando a otras naciones la labor de procesarlas y darles
valor, un ejemplo claro es el petróleo. México,
en lugar de reconocer sus errores y mirar hacia el futuro buscando un nuevo y
mejor proyecto de nación, se ha enfrascado en crear una novela de nuestra
historia que dé identidad a las siguientes generaciones pero poca o nula visión
de futuro.
Está claro, la clave no son los recursos naturales. Hoy países como
Singapur y Corea del Sur han entendido
esta lógica y se colocan ya entre las primeras economías del mundo, apostando
el desarrollo industrial y generando capital de conocimiento.
Si Oaxaca, México y toda la región de Latinoamérica quiere dirigirse al
progreso debe comprender la era en la que vivimos, reconocer errores del
pasado, aprender de ellos y crear un proyecto acorde a la era global en la que
vivimos.
Al final, quien no conoce su historia esta condenado a repetirla.
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